Una de las sensaciones más frecuentes tras una ruptura es la de haber invertido demasiado en algo que no salió a cuenta. En ese momento es tarde para echar atrás, y quizá en el fondo pienses que todo lo que entregaste por amor lo volverías a hacer. No digo que haya que estar con una calculadora en la mano para ver lo que recibes a cambio de lo que das, pero hay un término medio ideal en todo esto.
Recuerdo una ocasión en que estaba conociendo a un chico de otra ciudad. Iba al fin a venir a verme, y yo tenía en esos días un curso que me iba a venir muy bien para mi futuro profesional. Estuve a punto de no hacer el curso, de lo ilusionada que estaba con él. Por suerte, acabé haciéndolo, y le dije que viniera cuando yo estuviera menos ocupada. Pensé que sería una tontería dejar pasar la oportunidad por algo que aún no era nada firme en mi vida. De hecho, aquella relación no cuajó, y me alegré infinito de no haber cambiado mis planes por él. Pero aunque estés ya dentro de una relación, tampoco debes ir dejando de hacer cosas que harías sin tener pareja.
Somos personas completas, no medias naranjas, y así debemos comportarnos siempre. Si él es igual y entiende que todo lo que te hace crecer como persona redundará en beneficio de la pareja, seréis más felices. Será una pareja más enriquecedora. Me horrorizan esas parejas que todo lo hacen en común, que parecen clones, que alimentan una dependencia mutua que da grima.
Ejemplos hay muchos, pero por citar los más frecuentes, no dejes de trabajar porque tengas pareja, ni olvides a tus amigas, ni pienses que ya lo tienes todo en la vida. Puede que tu gran sueño sea estar feliz en una relación de pareja, pero ninguna relación viene con garantía de durar para siempre, y aunque no acabe nunca, siempre debes reservar una parcela propia donde seas tú misma, no la acompañante de él.
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